18/11/15


Como siempre digo, en el mundo artístico (cine, música, literatura...) todos nos movemos por filias y fobias, en muchos casos de difícil explicación. Se me hace difícil justificar por qué adoro todo cuanto hace David Lynch y le perdono hasta la más críptica de sus películas (y hay donde elegir) y sin embargo no me gusta nada el trabajo de Lars Von Trier. Al final todo se resume en que lo que me cuenta uno me interesa (porque de algún modo conecta más con mis gustos) y lo que me cuenta el otro no.

La introducción es necesaria para que entiendan que soy consciente de que Ingmar Bergman es una de las figuras más importantes del séptimo arte, pero, "El séptimo sello" aparte, a mí su trabajo siempre me ha dado bastante pereza. No logro interesarme por "Fanny y Alexander", ni "Gritos y susurros". ni ninguna de sus otras películas clásicas.

Por eso admito también que no he visto "Secretos de un matrimonio"; ni la serie de televisión de 300 minutos ni la película posterior, en la que el metraje se veía reducido a "sólo" 155 minutos. Lo que sí he visto es la adaptación de su obra de teatro "Escenas de la vida conyugal", que dura hora y media y que me parece magnífica.


No sé si la adaptación que ha traído (la por otra parte excelente actriz, aunque aquí haga de directora) Norma Aleandro a Madrid (concretamente a los Teatros del Canal) respeta fielmente el texto escrito también por Bergman para los escenarios, o si le ha metido tijera. Si es lo primero, mis respetos para el autor sueco, que condensa en 90 interesantes (y entretenidos) minutos una buena cantidad de apuntes y reflexiones. Si es lo segundo, sólo puedo decirle a la directora que estoy de acuerdo con su decisión y que ha hecho un trabajo excelente.

"Escenas de la vida conyugal" nos muestra, a través de una serie de escenas puntuales (tal y como sugiere su título) la historia de amor y desamor de Juan y Mariana, desde la época en la que están felizmente casados hasta el momento en que ya han rehecho sus vidas, cada cual por su lado, pero que incluso entonces siguen manteniendo una estrecha, extraña e íntima relación. Porque hay historias que parecen estar escritas para durar siempre.


Uno de los aspectos más interesantes de la obra es el modo en que nos presenta a dos personas "reales" a las que uno apoya y reprueba dependiendo del momento, demostrando que los seres humanos somos criaturas complejas que no siempre ofrecemos la mejor versión de nosotros mismos. En los primeros momentos resulta díficil no compadecerse de Juan, un buen hombre que tiene que soportar los arrebatos histéricos de su mujer, instalada en el cómodo papel de "reina del drama".

Pero claro, pasan los minutos y entonces él se empieza a comportar como un cabronazo y te pones de parte de ella, que es quien mantiene la dignidad ante las reprobables acciones de su compañero. Así permaneces durante buena parte de la obra, hasta que llega un momento en que te vuelves a compadecer de él. Y luego de ella. Y al final te alegras por los dos, aunque te terminas preguntando si no serán una pareja de malas personas por las que no habría que sentir ninguna simpatía.


La obra, siendo sinceros, está plagada de clichés. Pero eso es porque los seres humanos, por lo general, actuamos de forma tópica y poco original. Es precisamente en lo previsible de la trama donde encuentro las mayores cotas de verdad, porque veo a los dos personajes y los reconozco en gente de mi entorno. Se comportan como personas reales, lo que significa que tampoco hay demasiado espacio para la sorpresa.

Como decía al inicio, no conozco el texto original, de modo que no sé si en la versión de Bergman ya se encontraban esas dosis de humor negro que salpican todo el espectáculo, y que mantienen al espectador con una sonrisa en la boca a pesar de que cuanto sucede, en el fondo, es bastante dramático. Dicen las malas lenguas que cuando la obra se estrenó en Argentina era un drama, pero que sus responsables comprobaron, con horror, que el público comenzaba a reírse en los momentos más inoportunos, hasta que terminaron teniendo que admitir que en realidad su montaje entraba en la categoría de comedia dramática.


Sinceramente creo que sólo son habladurías lanzadas con algo de maldad. Intuyo que esta versión de la obra es lo que siempre estuvo llamada a ser, un certero retrato agridulce de las relaciones de parejas. Una reinterpretación (más que una adaptación) del texto de Bergman, destinado a tener identidad propia desde el mismo momento en que se cedió las riendas de la obra a dos actores argentinos que hacen de su nacionalidad un elemento añadido. E incluso aunque al final fuera cierto que la gente se ríe más de lo que sus responsables hubieran deseado...no veo cuál es el problema. Lo importante es que se trate de una buena obra. Y lo es. Muchísimo.

He dejado para el final a los actores (a pesar de hacer referencia de uno de ellos en el titular). Mariana está interpretada por Érica Rivas, excelente actriz que ya nos deslumbró en uno de los segmentos de la reciente y brillante "Relatos salvajes". Para mí, que no estoy tan familiarizado con su trabajo como sería aconsejable, sólo puedo decir que ha sido una gratísima sorpresa. Actuación magnífica, llena de matices, con una envidiable vis cómica y la capacidad de crear un personaje fuerte, complejo y absolutamente creíble.


En cuanto a Ricardo Darín... ¿en serio tengo que añadir algo? Es uno de los más grandes. Un actor que cada vez que se pone delante de la pantalla, o se sube a un escenario, da una lección magistral sobre cómo actuar. Ésta no es una excepción. Verle declamar en directo merece hasta el último euro que pagué por la entrada. Es más, habría pagado el doble.

Me alegra y me entristece saber que "Escenas de la vida conyugal" ha colgado en Madrid el cartel de "no hay entradas". Estoy feliz porque se lo merece, es una obra maravillosa. Y me da pena porque si alguien aún no se había enterado y deseaba verla, se va a quedar con las ganas. Podría decirles que no es para tanto. Pero es que no me gusta mentir...