"Los violadores" (Paul Grau, 1981) es una de las
más delirantes, histéricas y mierdosas
co-producciones españolas de esas que tanto se estilaban en la época. Uno
no sabe que pensar al verla: si los responsables estaban hasta arriba de todo
tipo de sustancias legales e/o ilegales para dar luz verde a tal sarta de despropósitos
fílmicos o si se trata de un ejercicio de pura transgresión propio de ese
tiempo de Transición lleno de tetas y felpudos.
La historia no tiene precio: un chuloputas ricachón y con
pelazo se pasea por Barcelona con su flamante Corvette Stingray pinchándose a
toda fresca que se le pone a tiro en las discos de moda. Una noche, él y su golfa dieciochoañera, a la
cual va a desvirgar, se topan con grupo de moteros nazis (y con sus Bultacos y
Puch camperas!). Estos malosos del Todo A Cien le dan una somanta de palos al
John Travolta de Castelldefels y violan a su “partenaire”.
Tras sobrevivir a duras penas a la trifulca, éste decide
vengarse pidiendo ayuda a sus amigos, LOS KARATEKAS. Paul Grau, el director de HESTO (sí, con HACHE), preso de una
catársis creativa como el mundo del arte jamás haya visto (y de la cutrez más
supina) se saca de la manga un combate de
artes marciales que parece coreografiado por Cañita Brava. En pleno clímax de
la trifulca se incluye un cercenamiento de pene. ¡Ahí es nada!
Obviamente, las SS motorizadas no pueden dejar que esa
afrenta se quede así y entre escena
subnormal y escena aún más subnormal del pijales con carrazo, éstos deciden ir
a cargarse a su familia (y a su jardinero y a su personal de limpieza!). FIRE!
Todo sigue a tope!
Hal, que así se llama nuestro héroe, decide vengarse (MÁS
VENGANZA!) cogiendo una escopeta para dar caza a la Wermatch catalana.
Ah! Y todo este despropósito argumental viene sazonado
por la música heavy metal del mítico grupo suizo Krokus.
La realidad es que la película es un “sidazo” de tres
pares de cojones, donde los personajes más mongolos del cine español y todo tipo
de barrabasadas campan a sus anchas. Los responsables que perpetraron este
divertidísimo engendro fueron el inefable clan catalan Balcázar y el suizo
Erwin C. Dietrih, responsable de algunos de los films del exilio centroeuropeo de
mediados de los 70 de Jesús Franco.
Resumiendo, esta película aglutina todas las características
que hace que una película sea una joya del
séptimo arte: un héroe guaperas, un cochazo, gore, tetas, porno softcore,
moteros nazis, karatekas y banda sonora heavy metal. ¿Quién da más?