Me seducen las películas protagonizadas por pequeños
monstruos, por chavalada hijaputesca. Refiriéndome a lo que acata en la ficción
que se ve en una sala de cine, el poder atisbar un fulgor de crueldad en algo
que debería ser tan inocente me provoca una atracción maléfica e incómoda
muy difrutable. Es que conseguir captar
eso en pantalla es difícil, y para jugársela con un tema bastante peliagudo hay
que tener valor.
El director Craig MacNeill se basó en un capítulo de la novela "Miss Corpus" de Clay McLeod Chapman para filmar un cortometraje que ha acabado convirtiéndose en esta película, planeada como la primera de una posible trilogía. "The boy" presenta la
vida de Ted, un chaval que pasa las vacaciones con su padre, el propietario de
un motel perdido en medio de la nada.
Los niños son muy inquietos, necesitan estímulos. El protagonista de esta película tiene un único estímulo que recibe de su padre, una
recompensa en forma de moneda por cada bicho que limpia de la carretera después
de ser atropellado. Y el niño va guardando esas recompensas, tiene un objetivo
claro de lo que quiere hacer con ese dinero, pero necesita muchas monedas. El
problema es que por ese desolado lugar no pasan tantos coches para que acaben
muchos animales atropellados. Y los animales tampoco suelen cruzar la carretera. Ahora, venga, a pensar que harías en su lugar…
La película se toma su tiempo para presentarnos los
personajes, acompañado por una narrativa de corte contemplativa, reforzado por
un buen trabajo de localizaciones. El niño actor, Jared Breeze, consigue
desprender mal rollo y destaco por encima de todo un tramo final con ciertos
detalles que dotan la historia de un halo místico que encaja perfectamente con
el espíritu de películas de género fantástico.
“The boy” es una de esas películas que te encuentras en el
Festival SITGES que te alegra el día. Son muchas las películas programadas en
el Festival y algunas tienen la mala suerte de quedar sepultadas ante tanta
acumulación. Ésta parecía que acabaría siendo una de ellas, pero por suerte
decidí entrar a verla, menos mal.
¡Viva la chavalada diabólica! (dentro de una pantalla de cine, por supuesto)