10/11/15


Me seducen las películas protagonizadas por pequeños monstruos, por chavalada hijaputesca. Refiriéndome a lo que acata en la ficción que se ve en una sala de cine, el poder atisbar un fulgor de crueldad en algo que debería ser tan inocente me provoca una atracción maléfica e incómoda muy difrutable. Es que conseguir captar eso en pantalla es difícil, y para jugársela con un tema bastante peliagudo hay que tener valor.

El director Craig MacNeill se basó en un capítulo de la novela "Miss Corpus" de Clay McLeod Chapman para filmar un cortometraje que ha acabado convirtiéndose en esta película, planeada como la primera de una posible trilogía. "The boy" presenta la vida de Ted, un chaval que pasa las vacaciones con su padre, el propietario de un motel perdido en medio de la nada.

Los niños son muy inquietos, necesitan estímulos. El protagonista de esta película tiene un único estímulo que recibe de su padre, una recompensa en forma de moneda por cada bicho que limpia de la carretera después de ser atropellado. Y el niño va guardando esas recompensas, tiene un objetivo claro de lo que quiere hacer con ese dinero, pero necesita muchas monedas. El problema es que por ese desolado lugar no pasan tantos coches para que acaben muchos animales atropellados. Y los animales tampoco suelen cruzar la carretera. Ahora, venga, a pensar que harías en su lugar…


La película se toma su tiempo para presentarnos los personajes, acompañado por una narrativa de corte contemplativa, reforzado por un buen trabajo de localizaciones. El niño actor, Jared Breeze, consigue desprender mal rollo y destaco por encima de todo un tramo final con ciertos detalles que dotan la historia de un halo místico que encaja perfectamente con el espíritu de películas de género fantástico.

“The boy” es una de esas películas que te encuentras en el Festival SITGES que te alegra el día. Son muchas las películas programadas en el Festival y algunas tienen la mala suerte de quedar sepultadas ante tanta acumulación. Ésta parecía que acabaría siendo una de ellas, pero por suerte decidí entrar a verla, menos mal.

¡Viva la chavalada diabólica! (dentro de una pantalla de cine, por supuesto)