25/10/16


Durante los diez primeros minutos de "The age of shadows" me asaltó el temor de que no iba a enterarme de nada durante toda la película. Se dan tantos datos, se citan tantos nombres, aparece tanta gente, que estaba convencido de que iba a terminar por confundirlos a todos. Lo que, en una película de espías, es casi como decir que mejor me podría ir a casa.

Pero eso me pasa por ser un hombre de poca fe y no confiar lo suficiente en el siempre brillante Jee-woon Kim. Esto no es esa aberración de "The Assassin", en la que sí que era imposible distinguir a los personajes. Aquí, pasada la primera secuencia, y aunque la trama es compleja y conviene estar muy atento, el director logra presentar a todos los protagonistas con gran habilidad y elegancia, para que sepamos dónde estamos en cada momento. En ese sentido la película es ejemplar.


Otra cosa distinta es que, quitando su fallido paso por Hollywood (Me niego a contar "El último desafío", esa mediocridad con Schwarzenegger, entre los títulos de su filmografía), "The Age of shadows" sea posiblemente la película que menos me guste de su director. Pero simplemente porque el tema no me atrapa tanto en comparación con ese modélico y alocado western que era "El bueno, el feo y el raro", o esa obra maestra del thriller malrrollista que es "I saw the devil". 

Aún así, siendo mi cinta menos favorita, sigue siendo mejor que el 75% de las películas que he visto este año. Y Jee-won Kim podría explicarle a más de un director de Hollywood (y más de dos, y más de diez...menos a Michael Mann y otro par de directores, a casi todo el mundo) cómo rodar una historia de secretos y traiciones (quiero decir, si le dejan y no le endosan cualquier mierda, como la citada película del ex-gobernador de California).


"The age of shadows" está ambientada en los años 20, y se inspira en hechos reales. Concretamente en la ocupación japonesa de Corea, y en cómo un pequeño grupo de rebeldes intentaba luchar contra los invasores. Pues bien, aquí por una parte tenemos a los miembros de la resistencia (con el excelente Byung-hun Lee, actor fetiche del director, haciendo un pequeño papel como líder del grupo, en el poco tiempo libre que le deja su actual carrera en Hollywood) intentando traer unos explosivos a Seúl desde Shanghai, y por otra a un jefe de policía coreano que colabora con los japoneses, y que recibe la misión de identificar a los miembros de la resistencia y arrestarlos.

Todos los personajes están muy bien definidos, pero el protagonista final es este jefe de policía, al que se le multiplican los problemas de conciencia. Por una parte quiere mantener su trabajo, pero por otra, a medida que se va acercando a los rebeldes, empezará a preguntarse si no está en el bando equivocado y si no tendría que unirse a los defensores de su patria, por peligroso que sea.


Como ocurre en la mayoría de películas asiáticas (se nota que esta clase de cine me fascina, ¿verdad?) los personajes son mucho más ambiguos de lo que se les permitiría serlo en una peli norteamericana. Aquí el jefe de policía hace cosas horribles, comienza siendo casi el villano de la función, pero poco a poco vamos empatizando con él, entendiendo su razonamiento. No hay una de esas transformaciones radicales de "ahora soy así, ahora hago lo contrario", sino que el cambio que se va produciendo es consecuente, lógico y está muy bien explicado.

Podemos entender sus dudas, comprender por qué hace lo que hace. Es un personaje tridimensional con el que a ratos estaremos de acuerdo y a ratos no. Y hasta el final es imposible saber por qué bando acabará decantándose. Y no seré yo quien lo vaya a desvelar aquí, faltaría más. Sólo les recuerdo que ésta es una película coreana, es decir, un cine que no entiende de finales felices y edulcorados y en el que no todo se resuelve por arte de magia.


"The age of shadows" tiene una atmósfera muy envolvente. También tiene 25 minutos de más, pero eso es un mal endémico de todas las películas asiáticas (140 minutos es demasiado, quitarle algunas escenas habría podido elevarla a la categoría de obra maestra). En cualquier caso, es una muestra más del talento de Jee-won Kim, que parece obsesionado con no repetirse nunca. De ahí que pase del western con toques de humor a una historia de asesinos sádicos a esta historia más clásica de espías sin despeinarse, demostrando que sirve para un roto y para un descosido. Vamos, que no hay género que se le resista.

Quizás un poco demasiado dramática para mi gusto (insisto: MI gusto), pero aún así uno de los títulos del año que ningún aficionado al buen cine debería perderse. Y ya que estamos, no me puedo resistir a comentar que la escena del tren, la muy larga y espectacular escena del tren, es un ejemplo de cómo crear tensión en una película. Un prodigio de ritmo, planificación y, en resumidas cuentas, una de esas "set pieces" que hacen que, aunque sólo sea por eso, merezca la pena pagar la entrada.