12/10/15



Por estas cosas que tiene Sitges, en las que es imposible estar en todas partes al mismo tiempo (pero bueno, eso es inevitable cuando se cuenta con tantas películas interesantes, actividades paralelas de primer nivel y encima la organización te concede muchas entrevistas con los invitados), resultó que "The Hallow" se proyectaba justo antes de una clase magistral de Oliver Stone, que además era gratuita. De este modo, la gente tenía que elegir entre hacer cola para la peli o ya para la conferencia de después (se iban a repartir tickets, y una vez que se completara el aforo de la sala ya no se permitiría la entrada a nadie, de modo que ir a ver el film significa que quizás te perdieras la ocasión de escuchar al mítico director).

Lo pensé durante unos minutos, pero al final me arriesgué. Y recuerdo que, nada más sentarme, me dije para mis adentros "por favor, que la peli sea buena. Que haya merecido la pena".

Mis plegarias no fueron escuchadas.


"The Hallow",de Corin Hardy, no era una de mis opciones principales en este Sitges 2015 (lo que es mucho decir, teniendo en cuenta que mis "opciones principales" la componen una treintena de títulos), pero admito que, después de investigar un poco por internet, su cartel me cautivó (sí, señores que se dedican al marketing y se preguntan si realmente es efectivo. Hay veces en las que gente como yo, si le atrae un cartel, va a ver la peli). Parecía una interesante historia de bosques encantados. Parecía, esa es la palabra.

Porque lo cierto es que la película, sin ser mala, tampoco es nada del otro mundo. No, venga, seamos sinceros: es mala. Nos narra la historia de un joven matrimonio con bebé que vive en una cabaña cerca de un bosque. La cosa está en que el bosque lo quieren vender, y el padre se dedica a investigar la flora del lugar y cosas así.


Total, que aunque ellos no lo sepan, el lugar tiene telita y hay historias chungas para aburrir. Pero claro, son los protas, son testarudos, y cuando un vecino al que supuestamente el bosque le arrebató a su hija les insta a que se vayan, pues como que no le hacen mucho caso. Pero cuando luego la podedrumbe, raíces chungas y criaturas extrañas empiecen a asediar la casa, intentando secuestrar a su bebé, pues eso, que a toro pasado casi hubiera sido mejor hacer las maletas.

Supongo que es porque me vuelvo viejo y porque me pesan todas las películas que llevo a mis espaldas (me refiero a la vida en general), pero ya soy incapaz de sentir interés por una película que no es especialmente novedosa, ni especialmente terrorífica, ni con unos efectos especialmente buenos, ni una trama especialmente sorprendente... y como ven, estoy repitiendo una y otra vez la misma palabra. Porque me parece importante que una película tenga algo de especial. Y esta, por desgracia, no lo tiene.


Al final son 90 minutos de dos personas contra la naturaleza y algunos bichos que se dejan ver de tanto en tanto, tratando de salvarse a sí mismos y a su hijo. Insuficiente para cautivar mi interés (aunque, como siempre digo, es sólo mi opinión. No voy a mentirles y decirles que me gustó, pero si deciden verla y les gusta, en serio que me alegraré. No se trata de tener la razón, sólo de hablar de una experiencia personal).

Por cierto, por si alguien se lo pregunta, sí, al final pude entrar a ver la Master Class de Oliver Stone. Y eso sí que valió la pena.