14/10/15


Lo mejor que se puede decir del "Frankenstein" de Bernard Rose (el director de la mítica "Candyman") es que es muy diferente a todas las versiones previas que se han hecho sobre la inmortal historia de Mary Shelley. Lo que, todo sea dicho, no está nada mal.

El director explicó, justo antes de la proyección, que se mostró interesado en hacer la película tras leer recientemente el libro y darse cuenta de que había aspectos a los que ninguna de las películas precedentes le había prestado especial atención. Como, por ejemplo, los poéticos y elaborados pensamientos de la criatura, que en la cinta aparecen en voz en off.

No hay nada como las imágenes icónicas, y cuando pensamos en Frankenstein (que, por cierto, es el doctor; la criatura no tiene nombre, aunque en la versión de Rose se otorga uno a sí mismo) lo primero que nos viene a la cabeza es la imagen de Boris Karloff y sus tornillos en el cuello. Por eso resulta tan chocante que la Criatura de la película no esté compuesto por partes de cadáveres (algo que, todo sea dicho, tampoco sucede en la novela; aquí estoy depositando mi fe en la palabra de Rose, ya que hace años que leí el libro y no recuerdo todos los detalles) sino que sea un joven atractivo (Xavier Samuel).


Un joven atractivo que, todo sea dicho, verá cómo su carne se empieza a pudrir, que tampoco es cuestión de salirse demasiado de los cánones. Pero en cualquier caso la criatura, si acaso, tiene más puntos en común con el monstruo de la versión de Kenneth Branagh que con cualquiera de los títulos clásicos.

Otro punto interesante de la peli que nos ocupa es que, a pesar de ser fiel a un libro con 200 años de historias, resulta más actual que nunca. En la película hay interesantes apuntes sobre cómo sería la creación de un humano como la criatura en el siglo XXI, qué técnicas se utilizarían, cómo se llevaría a cabo el proceso y cómo se procedería en caso de que, como ocurre, sus responsables se dieran cuenta que el experimento no ha salido del todo bien.


Es precisamente este tema, el de la individualidad, otro de los puntos de interés de este "Frankenstein". El modo en que la criatura lucha por mantener su propia identidad, mientras que su "padre" está convencido de que si hacen borrón y cuenta nueva y empiezan de cero, con un nuevo cuerpo clónico, no pasaría absolutamente nada. "No, porque él no seré yo", le responde la criatura, en uno de los mejores y más dramáticos momentos de la cinta.

La última gran novedad es que, en este caso, la figura del doctor (Danny Huston) es muy secundaria, ya que la historia está contada en primera persona desde el punto de vista de la criatura. Una criatura con complejo de Edipo (algo entendible, tratándose su "madre" de Carrie Anne Moss) repudiado por sus padres, lanzado al mundo sin que nadie le explique cómo funciona, y que acabará descubriendo la crueldad en el corazón de los seres humanos (incluido su en teoría amigo invidente, encarnado por el Candyman original, Tony Todd, en su reencuentro con el director tras más de dos décadas)


Es curioso que sea en una película de un personaje tan recurrente donde se haya hecho la mejor reflexión del cine reciente sobre cómo se crea realmente un monstruo (en el sentido amplio del término). Alguien en principio bueno e inocente que, por desconocimiento primero, y por rencor después, puede acabar haciendo daño a los demás y perdiendo la humanidad que tanto ansiaba conocer.

No voy a decir que salí fascinado de la proyección, porque no es verdad. Pero que es un título interesante que brinda una aproximación novedosa a un tema muy trillado, eso sí que no se lo puede quitar nadie. Y sólo por eso harían bien en prestarle atención a la película.